Quiero una ventana a la ciudad. Correré las cortinas cada mañana, y café en mano daré los buenos días a la gente que me ignorará al pasar. Me apoyaré en el marco y me dejaré ver, todavía despeinado, por el primer espejo, que son los otros, y mientras las olas acarician la playa a cinco minutos de mí yo acariciaré la fotografía de alguien que ya no recuerdo.
A través de mi ventana me enamoraré trescientas sesenta y cinco veces (trescientas sesenta y seis los años bisiestos); sobre la marcha decidiré si serán mujeres diferentes o si será una sola. Aplaudiré a las mujeres bellas, y también a las que no son ni les importa, a los hombres que recuerdan la costumbre de llevar ramos de flores cuando no es san Valentín ni san nada, sólo san Cupido, que no se toma vacaciones.
Será precioso ver morir el sol por mi ventana y nacer las luciérnagas de un vendedor ambulante, cazar al vuelo pasioncillas pasajeras, escuchar las músicas furtivas que paseen por la Rambla, y así olvidar que mi ciudad me echa de menos desde que no hay ventana en mi habitación.
Window box Marion Rose |
Barcelona, 26 de marzo de 2011
1 comentario:
Si fueras como tu narrador homodiegético...
J.
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