Hay una cosa a la que es necesario que te acostumbres, y es a leer todos los días (como un breviario) alguna cosa buena. A la larga penetra [...]. Nadie es original en el estricto sentido de la palabra. El talento, como la vida, se transmite por infusión, y hay que vivir en un ambiente noble, adoptar el espíritu de sociedad de los maestros. No hay nada malo en estudiar a fondo a un escritor con un genio totalmente diferente al que uno tiene, así no puede imitarlo.

Gustave Flaubert a Louise Colet, 7 de junio de 1853.

Punto y aparte

Siempre hay un punto y aparte. Todo en la vida es un punto y aparte, las comas no son comas, y la mayor mentira es la del punto final. Nada se acaba, sólo cambia, la energía y la masa al cuadrado y la luz y esas historias todo es volver a empezar si es que alguna vez se empieza.
Tú entraste en un párrafo a mitad de frase, así, con cuidado, entre sujetos que quién sabe a qué se sujetaban, y te fuiste comiendo todas las palabras, todas, hasta el punto y aparte. Carpetazo, cierre, bang. Te acabaste, eso es todo.
A veces parece que llegues otra vez, asomas detrás de todas las cosas que te tapan que me rodean. Creo que ni tú recuerdas cómo te fuiste, o quizá te fuiste de mí como te fuiste de tantos otros antes. Pero la rutina no era lo tuyo; supongo que eso tuvo la culpa, la rutina de vivir, del mismo hotel, del olor a ginebra barata los jueves de entierro, de mí.
A veces me da por la metafísica y me acuerdo de ti, de cuando citabas a Descartes, a Étienne, a tu padre que de vez en cuando nunca habías conocido. A veces me quedo mirando el cielo raso y veo ese punto y aparte y miro atrás y estás ahí, pero después eres sólo un fantasma y un punto, y me alejo del raso y todo tu párrafo es un punto, y si me alejo algo más es un lunar en tu barriga, y estás ahí; la vida eres tú pero como un fantasma, y no sé si estás o estuviste y no sé ni si soy. Pero soy, porque pienso demasiado.
Temptress Holding
Jack Vettriano
 Barcelona, 16 de julio de 2011

La persistencia de la memoria, II

Cómo no, recordando (que aquí, ya ven, todo se recuerda), recordé de dónde salió aquel bar, que se parece tanto al del hotel pero no es, aquí el tiempo va normal (¿y a qué llamas normal, perro? Acaso llámalo tu normalidad, sin ofender, eh). Aquí no hay un borracho en la barra si no soy yo, no hay una mujer vestida de novia bailando entre la niebla con un hombre que esa noche no volverá a saber ni quién era. Pero allí sí, allí todo eso está, existe, persiste como persiste la memoria y resurge tras el telón entre rosas y aplausos, gracias, gracias, en la platea de una habitación de hotel.
Elvis en un tocadiscos trasteado y llenando cada bocanada de humo rubio que iba de las bocas a los pulmones a las bocas a la atmósfera del bar a Elvis otra vez, que tragaba el humo desde los cincuenta y ahora hasta aquel día. Pedí que me llenaran el vaso justo a tiempo para mirar a la puerta y ver allí, pelo mojado, una cintura enfundada en un vestido negro que se movía hacia la barra. Con la cintura, su respectivo cuerpo; con el cuerpo, sus respectivos labios carmín; con los labios, a una distancia proverbialmente precisa, ojos negros; con los ojos negros, una intención.
No importa de qué hablamos, ni siquiera me parece que fuera interesante; sólo me recuerdo escuchando moverse ese rojo, cruzarse con el aire que se dejaba vencer desde antes, bañar cada palabra de un tono trágico. Dos copas por cabeza, yo invité. Luego los ojos clavados en los ojos, un baile con Redding sonando de atrás, en un cierto momento el sabor del carmín, la piel ardiendo, las copas vacías y el humo (no sé si del bar, si de lo prohibido) muy espeso, escondiéndolo todo, el vestido, mis manos, Otis Redding, y al final el carmín y el sabor del carmín y el recuerdo.
In the dark
Barcelona, 13 de julio de 2011