Hay una cosa a la que es necesario que te acostumbres, y es a leer todos los días (como un breviario) alguna cosa buena. A la larga penetra [...]. Nadie es original en el estricto sentido de la palabra. El talento, como la vida, se transmite por infusión, y hay que vivir en un ambiente noble, adoptar el espíritu de sociedad de los maestros. No hay nada malo en estudiar a fondo a un escritor con un genio totalmente diferente al que uno tiene, así no puede imitarlo.

Gustave Flaubert a Louise Colet, 7 de junio de 1853.

Y los sueños, sueños son

A veces me pregunto si los sueños se cumplen, cómo lo hacen, si sirve de algo apagar todas las velas del pastel y ver pasar tantas estrellas fugaces, mirar a la luna desde el espejo, rezarle a un dios que no escucha. La realidad sucede, se teje con la vida que quería vestirse de sueños y entonces nace la vida real, sólo porque la vida no puede estar desnuda y llevar sueños es algo que se hace en la intimidad, como desnudarse, pensar, ser uno mismo; el traje de la realidad se nos queda pequeño, pero hay que escoger antes una verdad incómoda que un traje de luces, luces que se encienden y se apagan, se funden y vuelven a iluminarse, luces que son sueños y que siempre son demasiado bueno, y no puede ser, y las apagamos por mirarlas y decir "sólo son sueños".
Sólo soy un soñador, es posible. Sólo soy un hombre que un día se atrevió a decirle al emperador que estaba desnudo, porque él era el único que vestía allí, el único que podía verlos y repugnarse y entender lo crudo que era que entre tanta ropa y tanta verdad lo único que había era desnudez de sueños; fue por mí que vieron su vergüenza, y aún hoy se dedicasn a buscar los sueños entre la ropa que guardaron en el fondo del armario y que, pobres, en realidad nunca tuvieron, y es ahí, en Realidad, donde la buscan.

The Dreamer
Charles Marion Russell


Barcelona, 30 de octubre de 2012

Muerte en negro

He vuelto a ver una muerte que me miraba, a lo lejos, la misma que me mira desde siempre, la misma que se pegó a mi cuna cuando nací para mirarme de cerca, con unos ojos brillantes como monedas, ojos de deseo, lujuria avariciosa, siempre queriendo sostener mi mano; pero entonces yo lloraba y venían a rescatarme, y la muerte se escondía en la oscuridad, y yo seguía llorando porque me miraba, a veces desde la sombra de una esquina, desde debajo de la cama, a veces en la puerta, siempre con esos ojos brillantes como monedas. Esa muerte que siempre ha seguido mis pasos, que conoce las huellas de todos mis zapatos porque esos ojos brillant4es sólo me ven a mí, me desean, me buscan en todas partes, esa muerte es la que hoy me miraba, sentada en el parque, dando de comer a las palomas migas de pan envenenadas; y cuando ha visto que la miraba, me ha sonreído, y sus ojos han brillado como dos monedas negras, monedas con las que quiere comprar mi alma.
Y cuando la muerte me sonreía con esos brillantes ojos negros, muy serio, le he dicho que no con la cabeza. Entonces, ha dejado de sonreír: ha llorado y ha empezado a caminar, lejos, muy lejos.

Reaper
Carl Lundgren

Barcelona, 24 de octubre de 2012

El regalo de las brujas

Lejos, muy lejos de todo. Lejos de la luz, de la esperanza, de la libertad, en un lugar maldito en el que sólo existe oscuridad y distancia y un hedor a humedad que me llena la boca cuando lo respiro, lejos de los sueños y cumpliendo mis pesadillas despierto. A mi alrededor, todos los fantasmas que me acarician la nuca al pasar, mis demonios que me rozan con sus uñas largas y frías. Estoy desnudo; hoy sólo me viste la tiniebla.
Suena un violín roto, una cuerda desafinada que se aleja y retumba en las paredes de este otro mundo que no quiero que exista, pero que es el único que existe ahora que todo lo demás ha muerto. Huele a cadáver, a carne podrida y a vejez, y cada poro de mi piel se envenena, se nutre de la muerte que me rodea y no me deja morir, me obliga a seguir vivo sólo para vivir toda esa muerte, para que esos fantasmas me atraviesen como si quisieran penetrarme, y poco a poco lo hacen, poco a poco me poseen y me siento como si algo me abriera la carne desde dentro, como si una lepra oscura me devorara y me vomitara y mis trozos fueran cayendo al suelo, y ahora un charco de mi sangre, ahora un pantano de mis restos, de mi yo más líquido, y ya huelo mis entrañas y esos fantasmas me hacen ver todas esas formas de matarme que han preparado para mí y sólo para mí, para que yo las sufra como su mayor regalo, para que vea esas agujas clavadas en mis ojos como si fuera un muñeco de vudú, y me retuerzo en el suelo, me revuelvo en mi deshecho, y no sé si hay más sangre dentro o fuera de mí.
Aprieto los dientes y me caen de la boca como trozos de un caramelo amargo; el violín roto que ya se había ido ahora corre hacia mí, chirría en mis oidos, en mi cabeza, desde dentro de mi cerebro. Me tapo los oídos, pero no sirve de nada porque el violinista ya me ha poseído; se derriten mis manos, crujen mis huesos y en todas partes siento una muerte intensa, que ahoga, que me arranca la piel a tiras y el alma a pedazos, corta con un bisturí oxidado cada centímetro de mis venas.
Y de golpe todo se detiene. Estoy aún en ese lugar oscuro, lejos de todo menos del miedo, y estoy de pie y completo y sin más dolor que el eco de mi pesadilla viva. Hay un fantasma que pasa por mi lado y me acaricia la mejilla, y lo entiendo: es su mayor regalo, su inevitable sufrimiento, una terrible tortura en gesto de buena voluntad. Ahora, por fin, sé lo que es seguir vivo.

Barcelona, 1 de noviembre de 2012

"Ensayo de un camino, boceto de un sendero"

(Herman Hesse)

Destino o camino, ¿qué es lo importante? ¿Cómo disfrutar del camino si aquello que aú no sabes si encontrarás no es tuyo, si todo lo que tienes es un camino pero ni siquiera un mapa que te diga dónde vas? Caminas, sin más rumbo que el que marca una brújula que te lleva a tus sueños, a tus castillos en el aire, y nadie que te diga que no son más que eso, aire y arena. Tienes la llave, pero no sabes qué hay detrás de la puerta; el billete, pero no la parada a la que te lleva el tren, ese, uno de tantos que has cogido sól opara volver a bajarte cuando la última parada aún queda tan lejos de la que buscabas. ¿Cuántos transbordos más, cuántos círculos has andado para volver una vez más al mismo sitio? Y una vez más abres los mismos ojos, respiras el mismo aire, sonríes frente al mismo capullo en el espejo, el mismo perdido que no es un perdedor porque nunca tuvo nada que valiera la pena tener, aunque fuera en el recuerdo.
Todo porque al final la vida es eso, el recuerdo de un camino, y morir no es tan grave porque lo único que pierdes es la oportunidad de seguir buscando algo que no sabes lo que es y que nunca has encontrado.

Camino de otoño
Miguel Gil García


Barcelona, 17 de octubre de 2012

Fiesta de disfraces

Y ahí están, como siempre, esperándome aquellas luces que nunca se apagan; faro o ciudad, qué importa, si lo único que busco es la luz. Afuera una señal me dice que entre, y yo, como en una pesadilla mágica, ni puedo ni quiero dejar de caminar. Las paredes pasan, quedan detrás dem í como tantas otras cosas, como tantas otras luces que acabaron apagadas. Pero aquí, en la ciudad, con sus cuatro ángeles custodios que no son más que dioses en un templo inacabado, aquí las luces son eternas, las puertas siempre están abiertas y el tiempo pasa de otra forma, cambiando el ritmo para que pueda bailar con la vida disfrazada de sombra.
En esta fiesta de disfraces, el enmascarado es el único que no se esconde.

Amazing paintings inspired by Venetian masks, Marco Ortolan
Marco Ortolan


 Barcelona, 15 de octubre de 2012


¿Te acuerdas?

¿Te acuerdas? Hace tiempo nos gustaba pensar en hoy, en ese momento en el que nuestros pasos hubieran ido por caminos diferentes, de esos que creemos que no pueden cruzarse, y nos encontráramos. Yo no soy Oliveira, no puedo andar sin buscarte sabiendo que ando para encontrarte porque me cuesta respirar y acabo vomitando tu recuerdo. Yo te he buscado, y muchas veces: me he perdido, primero en los caminos en los que creía que podría encontrarte, allí donde todos se encuentran y empiezan de nuevo las historias, pero no estabas allí; luego seguía cualquier pista, cualquier miga de pan en el camino me servía para caminarlo, para perderme a mí buscando encontrarte. He visto tantos sitios, tantos mundos, tanta gente, y buscándote he encontrado pedazos de ti por todas partes. A veces he mirado otros ojos, he rozado otros dedos, y tu fantasma siempre me vigilaba desde una esquina lejana; los pasillos ya no son oscuros, ni desconocidos, y los secretos han perdido sus disfraces mientras tu fantasma se ha ido desvaneciendo.
Hoy ya no te busco. Hoy he encontrado lo que realmente buscaba: el camino, no el tuyo sino el que también me estaba buscando. Hoy, caminando en ese camino que lleva mi nombre grabado a fuego, te he encontrado sentada, esperando algo, sin saberlo esperándome, y nos hemos mirado, porque hace tiempo que nos gustaba pensar en hoy. ¿Te acuerdas?

Que lo importante no es llegar sino el camino en sí, miramos atrás y supimos que nadie volvería a vernos más.
Cruce de caminos
Ana Olías

Barcelona, 14 de octubre de 2012

Acantilado

(Acá en tu lado)

Les pregunté a las olas, y tú fuiste la respuesta. Tú, una Venus augusta nacida del agua, ojos turbadores blancos de sal; tú, tan origen y fin de todo, tan absoluta, y a la vez tan efímera como la figura que el mar dibuja en el aire, entre la bruma, cuando rompe contra las rocas. Estás tan ausente que te recuerdo más que nunca, y la espuma del mar me acaricia los pies como si se me enredaran con tu pelo, como si fueras esas algas que me envuelven los dedos y me arrastran a ti, al mar, a ese espacio vacío entre tú y yo que sólo se llena en mi recuerdo, y se llena de mí, y tú siempre te alejas.
Hay un acantilado donde dicen que puedes dominar el mar, pero yo sé que dominarlo - que dominaros - es imposible, es querer abrazar una estrella con los dedos, acariciar una nube con un paseo. Yo sé - o eso creía - que estábamos tan lejos del cielo, y aún así lo peor fue caernos, perder el equilibrio y desengañarnos, porque la cuerda era floja, realmente floja, y habíamos quitado las redes. Tú caíste ahí, en el mar, y te volviste arena y un fantasma, y yo caí aquí, en este acantilado, donde a veces, cuando sube la marea, te miro, y cuando baja te siento tan lejos hasta en el recuerdo que es imposible dominarte.

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Acantilado
Cora Liliana González

 

Barcelona, 10 de octubre de 2012