Hay una cosa a la que es necesario que te acostumbres, y es a leer todos los días (como un breviario) alguna cosa buena. A la larga penetra [...]. Nadie es original en el estricto sentido de la palabra. El talento, como la vida, se transmite por infusión, y hay que vivir en un ambiente noble, adoptar el espíritu de sociedad de los maestros. No hay nada malo en estudiar a fondo a un escritor con un genio totalmente diferente al que uno tiene, así no puede imitarlo.

Gustave Flaubert a Louise Colet, 7 de junio de 1853.

Aviso para navegantes

Me veo necesitado de pedirles, queridos lectores, un breve descanso. Aún queda mucho Breviario por delante (para alegría de unos tantos y desgracia de otros pocos), pero la maquinaria mental, como bien saben, precisa de un tiempo de descanso, de distensión, de relax. El Breviario se ha convertido para mí en un proyecto al que he dedicado ilusión y esfuerzo, y para que ni la ilusión se pierda ni el esfuerzo se exceda en cualquier proyecto es necesario un pequeño período vacacional. Durante unas semanas, por lo tanto, el Breviario permanecerá en silencio. No teman unos ni se alegren otros: volverá a susurrar.
Agradezco mucho a todos aquellos que me han seguido. Ver cómo cada día crece un poco más ese contador de visitas, darme cuenta de que en dos meses el Breviario, este extraño libro, ha sido abierto más de 2000 veces, es una bomba de ilusión, un incentivo para seguir escribiendo. Y qué decir de los comentarios (que, por cierto, pueden dejar de forma anónima y sin registro): J., esa figura misteriosa que tanto me ha halagado; J.P., defensora a ultranza; el de atrás a la izquierda, con sus intervenciones magistrales como “mono de feria”; mi estimada mentora S., siempre a la izquierda; y todas esas personas anónimas o no que me dejo por el camino y que, comenten o no, siguen el Breviario (es sorprendente hasta el límite ver visitas desde Marruecos, EEUU y otros puntos distantes del globo) y de vez en cuando pulsan “Me gusta” y, en arrebatos de sinceridad, “No me gusta”.
Gracias por acompañarme en este viaje a través de una vida extraña como es la del protagonista del Breviario, un poco todos y un poco nadie.
Hasta pronto, camaradas.
Barcelona, 1 de abril de 2011

Confesión

Tengo que hacer una confesión. Es una confesión pequeñita, poco práctica, de esas que no valen ni un padrenuestro, pero es necesaria: temo la muerte. Siento por ella un miedo feroz, salvaje, un miedo de sudor frío, puños cerrados y venas marcadas en la frente, un miedo de pérdida de dignidad, de arrastrarse por el suelo, de correr como alma que lleva el diablo.
Y no se confundan. Estoy hablando de muerte, no de dolor, no de tortura. Soportaría estoico que me fusilaran si no hubiera de morir con ello. Qué más da que duela. Serás afortunado si no deja de doler, cantaba ella. Tampoco me asustan la inmensidad del vacío, la inconsciencia, el hedor de azufre, la peste a inexistencia; eso no son más que postfacios de un libro mejor o peor escrito.
Temo, de la muerte, la vida. Con la vida, su plenitud. Con la plenitud, la seguridad. Seguridad de que la vida es plena pero yo no, seguridad de cosas por hacer. Temo no poder escribir más poesía, y sobretodo temo no poder leerla. Temo nunca haber visto suficientes puestas de sol, y no recuperar jamás todas las que me he perdido. Temo perderla a ella, temo perderlos a ustedes. Temo el tiempo, que nunca será suficiente al lado de nadie.
Temo, de la muerte, todo lo que voy a dejar atrás, pero más temo por lo que me queda por delante. Lo declaro: no estoy listo para morir. Así que si viene la Muerte a buscarme, díganle que tome asiento y espere, que hoy tengo aún mucha faena pendiente. Quizá, así, se canse de esperar y se olvide de llevarme.
Playa de la Malvarrosa
Joaquín Sorolla
Barcelona, 1 de abril de 2011

Antología

Quiero hacer, de mi vida, antología. Con una cierta vanidad, y recordando cada minuto, cada instante, con la inocencia de una perpetua infancia y con la dignidad amarga de los pobres, me perderé en el anonimato de las nobles figuras.
No me importa si constan en mi antología prosa o poesía, o dibujo, o pintura, o teatro, o todas ellas; habrá sitio para eso. Pero antes, que destaque,
EN MAYÚSCULA
NEGRITA
Y SUBRALLADO
en los anales del universo como aquél de entre los mortales que vivió una vida llena, que disfrutó cada segundo como si fuera el primero, que dejó amigos e hijos llorando en torno de su tumba, que amó como un cobarde y fue amado como un valiente, y que un viernes de invierno, a las seis y media del atardecer (GM+1) (aprox.) lo dio todo en un último suspiro, de la mano de su último amor y con una sonrisa en el corazón.
Déjenme escribir mi antología.
Muerte en la alcoba
Edvard Munch
Barcelona, 30 de marzo de 2011

La persistencia de la memoria

Al entrar en el bar las cenizas volaron y se me hizo un nudo en la garganta, una bola de polvo y saliva que se me disolvió en el estómago. Parpadeé para arrancarme la ceniza de los ojos y pasé dentro, donde la ceniza seguía flotando en una niebla negra. A cada respiración, ceniza; a cada mirada, lástima.
Una luz tenue, anaranjada, bailaba con la oscuridad en el techo, justo sobre dos novios, vestidos ceremonialmente ad hoc, inmóviles en el movimiento de un baile, en un tiempo balanceándose, ahora congelados. Ella, piel blanca, casi tanto como el vestido; él, la juventud eterna como evidencia en las mejillas, en la frente; ambos enterrados en vida en una pausa indefinida. Algo más allá, dos pares de mesas y otras tantas sillas.
Al otro lado, la barra. Un hombre con tres dedos de barba y la boca abierta en medio de ella apoyaba la frente en el tablero de madera grana, aferrándose a un vaso de ginebra a medias que contra todo pronóstico sí se llevó a la tumba, siendo su tumba el tiempo, siendo su ataúd su propia carne. La peste a sudor era lo único en él que había logrado la vida eterna.
El camarero, de perfecto esmoquin, aguantaba por el pie una copa con una mano y con la otra tumbaba en el aire una botella de Bourbon, y en el aire también flotaba el chorro de bebida en su trayectoria, evidentemente incompleta, entre la botella y el vaso. Me acerqué, toqué el líquido con un dedo y sonó una gramola encendiéndose: primero, los chasquidos de la ceniza sobre el vinilo; luego, Elvis. Don’t, don’t, that’s what you said… Las cenizas se escondieron, el Bourbon llegó a la copa y la pareja siguió bailando, mejilla con mejilla, agarrados, crujiendo la madera bajo sus pies. El borracho murmuraba algo con voz triste y cascada, y seguía aferrándose a la ginebra.
El camarero me tendió la copa de Bourbon, sonriéndome como si hubiera estado allí desde siempre, y me dio las buenas noches. Cogí la copa y me giré hacia la pareja que bailaba, que inventaba la historia que hubieran podido tener si no los hubiera atrapado el tiempo, si no hubieran estado en el momento equivocado en el lugar equivocado y si ese momento equivocado no fuera el único que les quedara. Intenté no acordarme de nada, no resucitar mis recuerdos como los había resucitado a ellos, y los miré. No recordé nada, pero una sombra de un tiempo me cruzó por la mirada como un fantasma.
Los que vienen una vez, o se quedan o no vuelven”, murmuró el borracho. Apuré la copa y la dejé en la barra. “¿Otra?”, me preguntó el barman. Asentí, y oí el cristal arrastrado por la madera, y seguí el coro de la canción con un hilo de voz, Baby don’t say don’t, don’t, don’t… El Bourbon empezó a caer en la copa, y se detuvo; su ruido, la voz de Elvis, el baile, la voz del borracho, todo paró, y la ceniza apareció de nuevo.
El Bourbon volvía a flotar en el aire y los que antes respiraban ahora brillaban delicadamente como muñecos de cera. La niebla negra se había levantado entre mí y los novios, quietos en el mismo paso del que los había despertado, allí donde un día empezaron a vivir para quien quisiera recordarlos. Me pareció que a ella la había visto en alguna otra parte, y se movieron sus ojos verdes; pero la olvidé, y murió de nuevo. Esperé hasta vaciarme de recuerdos y abrí los ojos para volver aquí, fuera de la taberna, aún aprendiendo a olvidar algo que ya no recuerdo.
Der Wanderer über dem Nebelmeer
Caspar David Friedrich
Barcelona, 28 de marzo de 2011

Ventana a la ciudad

Quiero una ventana a la ciudad. Correré las cortinas cada mañana, y café en mano daré los buenos días a la gente que me ignorará al pasar. Me apoyaré en el marco y me dejaré ver, todavía despeinado, por el primer espejo, que son los otros, y mientras las olas acarician la playa a cinco minutos de mí yo acariciaré la fotografía de alguien que ya no recuerdo.
A través de mi ventana me enamoraré trescientas sesenta y cinco veces (trescientas sesenta y seis los años bisiestos); sobre la marcha decidiré si serán mujeres diferentes o si será una sola. Aplaudiré a las mujeres bellas, y también a las que no son ni les importa, a los hombres que recuerdan la costumbre de llevar ramos de flores cuando no es san Valentín ni san nada, sólo san Cupido, que no se toma vacaciones.
Será precioso ver morir el sol por mi ventana y nacer las luciérnagas de un vendedor ambulante, cazar al vuelo pasioncillas pasajeras, escuchar las músicas furtivas que paseen por la Rambla, y así olvidar que mi ciudad me echa de menos desde que no hay ventana en mi habitación.
Window box
Marion Rose
Barcelona, 26 de marzo de 2011

Declaración de intenciones

Somos partidarios de trepar al árbol, de columpiarnos y montar las ramas más pequeñas; sentimos la intensa necesidad de dejar la mano cerca de las brasas, cada vez más cerca, esperar, seguir, cerrar los ojos y saber que podemos más que el fuego. Nuestra afición favorita, atarnos una piedra al cuello con un triple nudo marinero, saltar al mar y ver lo buenos Houdinis que nos vuelve la falta de oxígeno. Adoramos tirarnos por el precipicio y que media piel de nuestros brazos se quede colgando del pico de un peñasco. Nos vuelve locos creernos morir, ese momento anterior, esa lujuria por la vida que nace justo antes de perderla.
Somos fanáticos de tenerlo todo bajo control, de saber que podemos morir si nos da la real gana. ¡Qué importa el mundo! Nosotros somos el mundo, y por eso no vemos nada más que el uno al otro cuando cerramos los ojos. Rosas de piedra prendidas en llamas, si nos buscamos es porque quemarnos desde el otro es morir a cada momento, pero lo que no entendemos (lo sabemos como nadie pero lo ignoramos como todos) es que podemos decidir cuándo morir, pero no cuándo no hacerlo, y si no nos acostumbramos a la pasión de ver la muerte es porque una vez cualquiera se convertirá en la última.
Sin título
Jackson Pollock
Barcelona, 25 de marzo de 2011

Retrospectiva

Todos los caminos llevan a ninguna parte, y ahí es a donde retrocedo ahora. Vuelvo a ser el fruto de un amor prohibido hace unos cincuenta años, la pasión de una noche de un presunto emperador en el bolsillo del pantalón de un poeta, la vena que no se llegó a cortar, uno de los dos que podía ser condenado a muerte, una bruja que escapó de entre las llamas sin que nadie lo impidiera, la misericordia de no cortarme en pedazos, una flecha que mató a mi mejor amigo, un fantasma perdido en un salón de espejos y atrapado por algo en lo que nunca creyó, la realidad; el sueño de una noche de verano, un fuego en el vientre, un muro de agua a mi alrededor, una cesta en las fauces del río, agua, por todas partes agua menos yo, y un pecado original. Vuelvo al polvo, porque polvo eres y al polvo volverás.
La persistencia de la memoria
Salvador Dalí
Barcelona, 23 de marzo de 2011

Feliz Primavera y Día Internacional de la Poesía

Campos en primavera
Claude Monet
Barcelona, 21 de marzo de 2011

Nuevas formas de morir

Me he colgado de tu cuello como si fuera una soga; me he disparado varias veces con tu boca, me he apuñalado con tus dientes con asiduidad. Tus huesos me han abierto el cráneo ocasionalmente, tus cabellos han prendido una hoguera a mi alrededor y algunas brujas han sufrido daños colaterales con la explosión de tus encantos. Me he quedado sin aire con frecuencia ante tu espalda desnuda, ante tus piernas; me has cortado las venas con las uñas, y entre los dedos de tus pies he sido aplastado como una simple cucaracha. Porque tú lo has dicho me he tirado de un puente, porque tú lo has dicho me he metido en camisa de once varas; porque tú lo has dicho he hecho todo eso y más, sólo porque tú lo has dicho, y porque resucitar entre tus labios es la excusa perfecta para morir a cada instante.
Morir en el intento
Ariel Fessler
Barcelona, 21 de marzo de 2011

Obra maestra

Te vi nacer antes de que fueras. No hubo tiempo posible que me impidiera darte veinte años, o que me prohibiera nacer a la vez que tú. Dibujé tus labios en el aire con el primer rayo de sol de tu vida, y cuando levantó el rocío te escribí ojos verdes y una mirada lenta. No tardé en tocar el sonido de tus tacones y la tonadilla de tu canción preferida, la que silbas caminando por mi calle. Diseñé tus tres vestidos y dejé en tus manos moldear tu desnudez; esperé hasta el mediodía para pintar el aroma que dejarías al pasar delante de mí, rosas y melocotón con un suave bis de almizcle.
Con un trazo de una pluma tracé como de improviso la curva de tu hombro izquierdo, y estiré su piel para que quedara fina como de arena. Luego te di cuerda para unos cientos de años y te admiré caminar y alejarte por las calles de la ciudad de las ciudades, y me senté a esperar que regresaras, con una sonrisa que creía de los dos. Pero no quisiste volver, y un escalofrío de pecado original me erizó la sangre, y tú, mi Eva, me olvidaste como quien olvida a su amante ocasional. Lo peor de que fuera yo quien te creara es que sé que no volverás, y lo peor de cómo te hice es que no te quiero olvidar.
Retrato de Margot
José Manuel Merello

Barcelona, 18 de marzo de 2011

Resignación, comedia en siete actos

Intenté ahogarte en el lago, pero era demasiado típico, un clásico que no iba a funcionar contigo. Intenté ahogarte en leche, pero el cuerpo de Cleopatra ya ocupaba toda la bañera. Intenté ahogarte en vino, pero Brigitte Bardot nos echó de allí a patadas. Intenté ahogarte en absenta, pero ahí lo único que se ahogan son las penas, y emergiste del bautismo con los labios bañados en ironía. Intenté ahogarte en esa ironía, pero estuvo a punto de morir del odio corrosivo que salpicaba. Intenté ahogarte en el mar, pero Venus te recibió entre sus brazos y me maldijo para siempre. Intenté ahogarte en mí, pero estuve a dos segundos de suicidarme. Tú, en tu ingenuidad, aún no te has largado; yo, en mi resignación, tan sólo espero a que te ahogues en ti misma.
Melancolía
Edvard Munch
Barcelona, 16 de marzo de 2011

Brillo de labios (Barcelona)

La luz del este se fundía desde las cinco de la tarde y desde las cinco de la tarde esperaba verte con tu vestido de noche y tu voz de profetisa, te miraba desnuda junto a la playa, con los hombres mirando tu piel y las mujeres mirándote por encima del hombro. Me mordía las uñas la impaciencia, y me hervía la sangre de esperarte. Tus caminos, tus curvas, tus refugios, no me los imaginaba en tu traje de luces, ni podía ni me atrevía a hacerlo, y sólo un rato más, sólo un rato más.
Era invierno, y a las siete de la tarde casi se esfumó la luz del día. Entonces, corriendo, sin perder ningún segundo en un preludio inapreciable, encendiste tus farolas y naciste vestida de fiesta. Entonces mis pies acariciaron tus caderas, y empezaste a brillar en rojos y amarillos, a parpadear en un blanco virgen cegador. Entonces te volviste la ciudad de las cien luces y yo, de pie en tu plaza, bailé contigo hasta que te desnudaste de nuevo con el amanecer.
Puesta de sol en Barcelona
Leonid Afremov
Barcelona, 15 de marzo de 2011

Tokio

Cuando paseaba por la playa miraba el mar, y, huyendo de las olas, me reía de su intento de atraparme. A veces, me quitaba los zapatos y dejaba que me tocaran, y luego sus manos se apartaban, mis pies se les resbalaban y ellas volvían hacia atrás. Las gaviotas me llamaban en su lengua y yo les contestaba en la mía, y el mar las interpretaba a su manera y me devolvía mis palabras, y las gaviotas se reían de mí, y se iban. Nunca eran las mismas las que regresaban, pero siempre se reían de mí, y yo siempre me reía del mar, y el mar me repetía, hasta que yo cogía una piedra y se la lanzaba, rebotaba cinco veces (siete si había viento) y se clavaba, entre la espuma, en la piel de aquellas manos que intentaban arrancarme de la tierra; entonces se hacía el silencio.
Esta mañana he mirado por la ventana y he visto todas las gaviotas volando hacia mí, riéndose y llamándome. Se han acercado, han volado por encima de mi casa y he visto las olas viniendo a mí. El mar ha alargado sus manos y lo he oído reírse, lo juro, reírse a carcajadas. Ha entrado en mi casa y se lo ha llevado todo, se los ha llevado a todos, ha roto mis muñecas de porcelana y se ha ido. A mí me ha dejado aquí, sin nada, conmigo, desnudo y mojado con la caricia de sus manos.
Hoy el mar se ha vengado de mí.
Week lead
Ben Anderson
Barcelona, 13 de marzo de 2011

La bailarina

Tú en los carteles, tú en las paradas de autobús, pegada a los vagones del metro. Tú en todas partes menos donde deberías.
Tú en mi cabeza, bailando delante de mis ojos, estirados en tu cama. Tú en un camisón negro con vuelos de fantasía, con los labios fosforesciendo en carmín en una oscuridad vacía, en un aire que no te toca, que te rodea para no oxidarte, bailarina de bronce, como en una caja de música que es tu habitación y mis silbidos al compás de tus piernas, ahora arriba, ahora lejos, ahora aquí, en todas partes. Tú ensayando el Cascanueces, soñando con Moscú, y ahora yo soñando contigo.
Tú y el humo que sale de tus labios y el cigarro como excusa para disimular que te quemas por dentro, la piel de tu barriga ardiendo, la peca negra al lado de tu ombligo: la beso, me quemo, te consumes, me despierto.
Tú de nuevo entre las manos de un abogado que espera el tren, encima de un mendigo que intenta no morir; tú, en fin, en todos los periódicos. Tú en sus sobredosis y en la mía, en la suya de da igual qué, en la mía de tu danza. Tú bailando en un teatro que no voy a visitar, en una proyección que te inventa, en una pantalla de televisión que esquivo los lunes antes de salir de casa.
Y yo, que sé que no te importa, te recuerdo, te beso junto al ombligo, me quemo la punta de los labios y me ahogo en ti, mientras espero en el asiento de un café a que te pases de moda.
Only the Deepest Red
Jack Vettriano
Barcelona, 12 de marzo de 2011

Paseo en el parque

Ya no tienes, como antes, ricitos de oro. Ya no me besas como quien bebe una copa de vino porque son las dos de la mañana y suena un piano en la ventana. Ya no te quedan igual esos vestidos, unos se te caen, otros ni te caben. Ya no tienes fuerzas para apretarme la mano hasta que duele, ni para tirarme de un empujón a la cama, ni puedes seguir mi paso por el parque y tenemos que pararnos para devolverte el aire.
Ya no tienes una frente lisa, se ha caído tu mármol y has perdido el brillo de los días de gloria, y Petrarca ya no te quiere. Ya no bailas a Otis Redding, apenas a Coltrane. Ya no somos los niños de antes, ni se queman de pasión nuestras miradas. Pero cuando el fuego en nuestros ojos se ha apagado, he podido ver en ellos que estamos el uno dentro del otro, y que de ahí no hay quien nos saque.
Son sesenta años aguantando mis palabras, y aún es la mano con la que te escribía la que me coges cuando yo te paseo por el parque mientras tú me paseas por la vida. Cuando, en definitiva, nos paseamos el uno por el otro, desde el otro, en el otro.
Pierre-Auguste Renoir
Paseo
Barcelona, 10 de marzo de 2011

Cartas a V.

Quién me diría que a esto de la vida jugábamos tres. Ella, tú, me habéis puesto entre la espada y la pared, y ya no sé quién es pared o espada. ¿Aplastarme o degollarme? O escapar hacia un lado. Me empujaste hacia la espada para devolverte a mí mañana, y mañana es hoy, y hoy ya no entiendo nada.
Me tienes enredado en los canales de tu pelo, engañándome en idiomas que no entiendo, en mensajes cifrados que no necesito descifrar. ¿Dónde está la soledad que me pediste cuando te fuiste corriendo, atravesando ríos y mares, siendo espuma y agua? Ya no sé quién estuvo y quién dejó de estar, si fuiste tú quien nunca se quedó o es ella quien me deja cada día, como sin darse cuenta.
Y ya no necesitas soledad. Y los caminos se abren y las ciudades son libres, y yo tengo un pie en tu calle y el otro en algo que ya no sé si existe. Porque tienen razón cuando dicen que con ella siento amor pero contigo soy feliz. ¿Quién quiere una espada que corta más de lo que debería? ¿Quién quiere acabar de hundirse cuando puede acabar de levantarse? Y es que tú me has enseñado que a veces lo difícil ya no es lo correcto. A veces, lo difícil es ella.
A veces lo correcto eres tú.
Les Nympheas Blanc
Claude Monet
Barcelona, 10 de marzo de 2011

Atentado, postludio en dos movimientos

Primero, la construcción. Hacerse a uno mismo, fabricarse, creerse que se es buena persona. Te lo crees, se lo creen. Hay libertad, miles de formas, las piezas de un rompecabezas que encajan por cualquier parte. Todo eso alrededor de una bomba, pero eso tienes que olvidarlo. ¿Bomba? ¿Qué bomba?
No hay que tardar en aparecer en algún lugar del mundo. Estar, ser, tener. Rodearse. El atentado perfecto. Dejar una huella en todas partes, en todos. Ir soltando piezas, como Hansel y Gretel soltando migas de pan, solo que el pan son ellos mismos. El pan eres tú.
Luego, se aleja a unos cuantos, a los que no se quiere matar. Ser el malo, parecer terrible, irrazonable. Morir antes que matar, a veces es necesario. Situarse. Redistribuirse. Desaparecer un segundo. Reaparecer. Implosión. Explosión.
Ver el daño que has hecho. Ver tus piezas, ver el humo, el fuego. Apagarlo con lágrimas, no hay que temer una sequía porque no la habrá. Sentirse vacío. Dormir. Pensar. Volver.
Reconstruir, crear, a uno y a los demás. Ser perdonado. Perdonarse.
Construirse alrededor de una bomba. Resituarse. Olvidarlo.
¿Bomba? ¿Qué bomba?
Volver a empezar.
La muerte de Marat
Jacques Louis David
Barcelona, 9 de marzo de 2011

Declaración de independencia

Ahora que se ha ido, no nos vamos a rasgar las vestiduras: ya bastante las rasgamos mientras se iba. Cambiaremos las sábanas, limpiaremos los espejos por si quedan manchas de ella y tumbaremos boca abajo todas las fotografías. Cuando tengamos un rato guardaremos en dos cajas sus recuerdos, sus vestidos, sus perfumes y sus peines, exorcizaremos la casa del demonio de su ausencia.
Ahora que se ha ido, perderemos el respeto a las palabras: quemaremos a Voltaire, prenderemos en la hoguera de San Juan las novelas de Benedetti y los originales de Bécquer serán pasto de las llamas. Para qué queremos ya tanto nombre y adjetivo.
Ahora que se ha ido, quedan trozos de vinilo por los suelos; los tangos suenan a tangos, no a romper los corazones; cambiaremos las mazurcas por el blues de nuestros viejos, que canten a las mujeres que vamos a conocer en cada puerto. Escucharemos a Bach a las tres de la mañana, para encontrar un sustitutivo fiel de sueños vagos que se olvidarán al despertar.
Ahora que se ha ido, no dejemos sitio al dolor; que no nos vean ni una lágrima que no sea por reír; que abramos persianas y cortinas y nos dé igual si llueve a cántaros; que nos vista una inocencia infantil y pintemos el suelo con las manos. No dejemos sitio a su memoria, a ella, a nadie. Que quepamos nosotros, para qué queremos más, que si se ha ido será por algo y que no queden de ella ni las cenizas.
Eugène Delacroix
La libertad guiando al pueblo
Barcelona, 6 de marzo de 2011

Musical

Las palabras son acordes. Uno puede hablar en si menor, en fa, o en re disminuido. Hay poesía hecha en quintas, directísima y potente; hay punteos en espiral en cualquier sopa de letras, y solos de saxofón entre verbos explosivos. Hay frases que están a medias, hay ritmos…
Hay cacofonías y el timbre roto de un despertador, el teléfono de casa suena como en los sesenta, el jazz ya son pisadas en la calle, parloteos oprimidos por un rock and roll de adverbios. Impunemente, libremente, totalmente. Hay blues de revolución, adoquines donde se alzan las cabezas para cantar lo de siempre de una forma diferente, y es que suena diferente lo que nos pareció igual.
Hay ritmos de tres que se acercan al vals, y promesas de tango en dos frases unidas con facilidad; los hay de dos, que van con un dolor en pleno pecho, casi viejos de querer durar por siempre; hay palabras que uno sabe que no son, que suenan desafinadas, pero somos todos improvisación universal, in crescendo sincopado, abrumando al mundo con la disonancia de un total que nos da igual que sea mentira, que nos gustan las mentiras si están dichas de verdad.
En blanco II
Wassily Kandinsky

Barcelona, 2 de marzo de 2011

Buscarnos

Para buscarnos, a medias contigo, nos repartimos el mundo. Para mí París, Buenos Aires, Venecia, Barcelona; para ti el resto. Me conformo con saber que en cualquier parte podré verte, y que por mucho que te escapes siempre estarás donde quieras. Perseguiré tus huellas y el resto de tu perfume con el sabueso de la divina providencia, y te encontraré donde están todas las cosas, en el último lugar en que se buscan.
Te encontraré escrita, como siempre antes de verte por vez primera; te leeré aquí y allá, en Shakespeare y Bécquer, en Ovidio y en Cortázar, y te recogeré, y te recortaré, y te colgaré de mi pared a pedacitos de obra maestra. Te olvidaré algún día, el momento justo antes de encontrarte, sin saber qué es lo que busco hasta que estés aquí de nuevo. Y es que al final siempre estarás ahí donde debías, en el café donde tú y yo nos conocimos en invierno, en las luces apagadas donde nos encontramos sin quererlo ni beberlo, y en las tazas manchadas de espuma y de tu - cómo no - carmín donde nos quisimos, al final, y nos bebimos.
Le Pigeon aux petit pois
Pablo Picasso
 Barcelona, 1 de marzo de 2011