Ahora que se ha ido, no nos vamos a rasgar las vestiduras: ya bastante las rasgamos mientras se iba. Cambiaremos las sábanas, limpiaremos los espejos por si quedan manchas de ella y tumbaremos boca abajo todas las fotografías. Cuando tengamos un rato guardaremos en dos cajas sus recuerdos, sus vestidos, sus perfumes y sus peines, exorcizaremos la casa del demonio de su ausencia.
Ahora que se ha ido, perderemos el respeto a las palabras: quemaremos a Voltaire, prenderemos en la hoguera de San Juan las novelas de Benedetti y los originales de Bécquer serán pasto de las llamas. Para qué queremos ya tanto nombre y adjetivo.
Ahora que se ha ido, quedan trozos de vinilo por los suelos; los tangos suenan a tangos, no a romper los corazones; cambiaremos las mazurcas por el blues de nuestros viejos, que canten a las mujeres que vamos a conocer en cada puerto. Escucharemos a Bach a las tres de la mañana, para encontrar un sustitutivo fiel de sueños vagos que se olvidarán al despertar.
Ahora que se ha ido, no dejemos sitio al dolor; que no nos vean ni una lágrima que no sea por reír; que abramos persianas y cortinas y nos dé igual si llueve a cántaros; que nos vista una inocencia infantil y pintemos el suelo con las manos. No dejemos sitio a su memoria, a ella, a nadie. Que quepamos nosotros, para qué queremos más, que si se ha ido será por algo y que no queden de ella ni las cenizas.
Eugène Delacroix La libertad guiando al pueblo |
Barcelona, 6 de marzo de 2011
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