Hay una cosa a la que es necesario que te acostumbres, y es a leer todos los días (como un breviario) alguna cosa buena. A la larga penetra [...]. Nadie es original en el estricto sentido de la palabra. El talento, como la vida, se transmite por infusión, y hay que vivir en un ambiente noble, adoptar el espíritu de sociedad de los maestros. No hay nada malo en estudiar a fondo a un escritor con un genio totalmente diferente al que uno tiene, así no puede imitarlo.

Gustave Flaubert a Louise Colet, 7 de junio de 1853.

El bar, Coltrane y tres billetes perfumados

Ayer me fui a olvidarte. Salí de la habitación de traje y corbata, con los zapatos secos y media sonrisa, y en el bolsillo unos billetes arrugados con dos gotas de perfume; bajé las escaleras y entré en el bar, vacío, que me recordaba a ese con el que de vez en cuando sueño.
El camarero vestía de impecable negro, silbaba un solo de Coltrane y frotaba una copa con un trapo color crema. Me senté en el taburete frente a él y con la barra de frontera le pedí algo para olvidar. No recuerdo qué me puso.
Malgasté con esa copa mi primer billete; mi segundo lo invertí en una bebida con tu nombre que ni siquiera sabía que existiera – así de fuertes eran mis susurros esa noche -, y el tercero lo perdí apostando conmigo mismo en las carreras de caballos que eran tus instantáneas: tú junto al río, junto a la ventana, junto a un reflejo de cualquiera de nuestras palabras; tú en la cama, con una sábana de humo perfilándote las caderas, los brazos, la nuca. Yo aposté por ‘Tú entre las amapolas’, pero ganó ‘Tú bajo la sábana de humo’: nunca te llevé a ver amapolas. Pagué mi deuda con una última copa de Martini y te vi en el poso del alcohol, en otra instantánea: tú volviéndote un punto, atravesando el horizonte que nadaba entre mis lágrimas, muriendo de mis ojos pero no de mí; no, jamás, del todo.
Jazz Saxophonist John Coltrane
Yuriy Shevchuk
Barcelona, 29 de mayo de 2011

Ilusiones

Veo en el aire retazos de ti, bailando con el aire que se cuela por la ventana; veo luz, tu sombra que se enciende. Veo la ceniza de los mundos en un vaso de agua, y el ave Fénix con el ala rota. Veo vacío, ¿o no lo veo? Veo sequía en los labios y el cadáver volátil y silenciosamente errático de una flor de loto; veo mis manos que se abren y mis hombros caídos, un puente, un muro, un pantano en el que tengo que morir de vez en cuando y una madrugada que no quiere despertar al día nuevo.
Veo el techo de esta maldita habitación, pintado de blanco, y basta. Veo, veo. Y tú, ¿qué ves?

Barcelona, 27 de mayo de 2011

Calypso

Es en la misma calle que el Heartbreak y el California. No hay luces de neón anunciándolo, ni se refleja la media luna en sus cristales negros, pero tampoco hay necesidad de parafernalia: el que debe ir, sabe dónde está el hotel Calypso.
No hay música, no al menos desde que entré, y el ascensor es un hueco vacío por el que saltar cuando uno olvida por qué ha venido. Tampoco hay números en las habitaciones, ni nadie pregunta nada al entrar. No hace falta un botones para subir las maletas que nadie lleva, las maletas que no existen: para quien llega al Calypso no hay equipaje posible.
El primer día subí al segundo piso con los zapatos empapados y la mierda de los viejos días pegada en la piel. Atravesé el pasillo escupiendo la nada que me tosían los pulmones y llegué a una puerta que susurraba una pregunta incontestable, mi pregunta; la abrí.
Detrás de las luces apagadas había humo de incienso, una cama deshecha y en ella tu recuerdo tumbado, riéndose de mí, con un vestido hecho de noches. Me quité los zapatos, me sequé los pies, llené la bañera y sumergí en ella tu recuerdo hasta que se quedó allí, inmóvil en el fondo de un agua con un desteñido de fantasma. Me tumbé en la cama bocarriba, entre la niebla, sabiendo que por la mañana tu recuerdo me despertaría con un beso, de esos que huelen a hiel y saben a no saber qué más hacer para matarte. Aquí, en el Calypso, los días han dejado de ser días para ser sólo horas, y sólo se sale por el hueco del ascensor.
Midnight alone
Barcelona, 17 de mayo de 2011

Aviso para navegantes, III: La chica astroboreal

Casi desde sus inicios, en febrero del año en curso, el Breviario ha dado mucha importancia al arte gráfico que acompaña sus entradas. Ilustraciones de artistas como Monet, Goya, Munch, Friedrich, Anderson, Dalí y el más reciente descubrimiento y portavoz de la imaginería del Breviario Jack Vettriano han sido una parte inseparable de los escritos aquí publicados. Este acompañamiento, como si de un instrumento más se tratara en la orquestra de sensaciones, ha servido para dos cosas: para transmitir gráficamente una sensación pareja o suplementaria al texto escrito y que el Breviario fuera también una herramienta de difusión del arte de los últimos siglos, y más desde que para conocer a Janet Ternoff, Rachel Baum, Ariel Fessler, Ben Anderson o al propio Vettriano no puede uno sentarse a esperar que alguien le hable de ellos, sino que tiene que buscarlos.
Sin embargo, y a pesar de que se pueden encontrar pinturas perfectas para cada ocasión, no siempre éstas logran transmitir el efecto deseado (ésa es la desventaja de no contar con un pintor con una obra dedicada al Breviario). Pero no nos echemos las manos a la cabeza ni nos rasguemos las vestiduras, porque la solución llega de la mano de Lorena Fernández, más conocida en el círculo fotográfico como La chica astroboreal. Con ella se cumplen los dos propósitos del acompañamiento gráfico: transmitir un sentimiento semejante o que contribuya a una mayor sensación y promocionar el arte, esta vez de una artista que trabaja con la cámara como el escritor con su pluma. El autor de este Breviario se complace en introducir una época de colaboración con esta artista que transmite con una imagen lo que otros transmitimos con mil palabras. Podéis encontrar una muestra de su trabajo en http://www.flickr.com/photos/lorrainefernandez .
Así pues, recibamos con un sonoro aplauso a La chica astroboreal.

Monmartre a nuestros pies
Barcelona, 16 de mayo de 2011

Del amor al odio

He mirado de frente a la muerte. Nos hemos mirado el uno al otro mucho tiempo, y sus ojos se han vuelto dulces poco a poco. Le he tocado la mano y he creído comprenderla, conocerla, admirarla, y por un tiempo he fingido ser su amigo, su hermano, su amante. La muerte, paseando por las calles que tanto conoce, y yo, dejándome pasear, mirando siempre un poquito por el rabillo del ojo, sin saber pero sabiendo, en el fondo, que su dulzura se apagaría y que volvería a ser la vieja asesina de siempre, una bruja con los dientes afilados y las manos teñidas de la sangre del mundo.
Hoy se ha apagado esa dulzura. Hoy he visto de verdad sus ojos, hoy la he conocido, la he desconocido y la he odiado con el odio con que ella me amaba. Hoy he cogido mis maletas y le he escupido entre los ojos, y he huido de ella, porque la distancia es lo único que puede matarla. He huido muy lejos de aquí, tan lejos que ahora parece cerca, pero esta noche, antes de dormir, he visto una mancha de sangre en la almohada.
Le Radeau de la Méduse
Théodore Géricault
Barcelona, 14 de mayo de 2011

Escapología

Escapo de la rutina de días de lluvia y calles mojadas. Escapo de la rutina de humedad, de noches sin dormir y tazas de café hirviendo. Escapo de ser el centro de atención de un centro de atención de multitudes, y de vestirme de luto por la fe perdida. Escapo y escaparé más, si hace falta, de querer sin ser querido, de imaginar en mi cama un cuerpo que no está, de rezarle a Zeus un himno inconsolable para que me ayude a inolvidarte, a pintarte en mí para que mueras conmigo. Escapo de todo aquello que me impida ser de mí, de todo lo que ya tendríamos que haber olvidado.
Escapo según un plan maestro, escapo hacia otro lugar, otra persona, otro sentido; libertad, al fin y al cabo, no es más que hacerse esclavo de algo mejor.
Open doors - SOHO
Janet Ternoff
Barcelona, 7 de mayo de 2011

Gestación del fin del mundo

Empezamos arrancándonos trocitos de corazón. “No hacen falta”, dijimos, y los lanzamos al vacío que en ellos había quedado. Aquello se fue haciendo costumbre, y cada tanto yo te encontraba con el corazón en una mano y el cuchillo en la otra. “No es lo que parece”, pero llegabas tarde, y no conseguirías tener más corazón que yo. A cada pedazo llorábamos menos, hasta que nos secamos, y en un terreno mojado con sangre y lágrimas crece más fácil la revolución.
Que llegara el incendio era cuestión de momentos. Que si una cerilla aquí, que si una colilla a medio apagar, que si no recuerdo haber encendido el gas, todo con mirada inocente, tiernas ovejitas con alma de lobo. Cuando explotó nuestro infierno casi no nos dimos cuenta, y si el fuego no hubiera quemado sus páginas yo aún estaría leyendo aquel libro.
Pero nos faltaba algo. Nos moríamos de ganas de prender y nos faltaba combustible. Las cuatro paredes no bastaban, y la cúpula del universo era tan limpia… Y así fue como, entre los dos, provocamos el apocalipsis.
Fire
Rachel Baum
Barcelona, 1 de mayo de 2011