Hay una cosa a la que es necesario que te acostumbres, y es a leer todos los días (como un breviario) alguna cosa buena. A la larga penetra [...]. Nadie es original en el estricto sentido de la palabra. El talento, como la vida, se transmite por infusión, y hay que vivir en un ambiente noble, adoptar el espíritu de sociedad de los maestros. No hay nada malo en estudiar a fondo a un escritor con un genio totalmente diferente al que uno tiene, así no puede imitarlo.

Gustave Flaubert a Louise Colet, 7 de junio de 1853.

Confesión

Tengo que hacer una confesión. Es una confesión pequeñita, poco práctica, de esas que no valen ni un padrenuestro, pero es necesaria: temo la muerte. Siento por ella un miedo feroz, salvaje, un miedo de sudor frío, puños cerrados y venas marcadas en la frente, un miedo de pérdida de dignidad, de arrastrarse por el suelo, de correr como alma que lleva el diablo.
Y no se confundan. Estoy hablando de muerte, no de dolor, no de tortura. Soportaría estoico que me fusilaran si no hubiera de morir con ello. Qué más da que duela. Serás afortunado si no deja de doler, cantaba ella. Tampoco me asustan la inmensidad del vacío, la inconsciencia, el hedor de azufre, la peste a inexistencia; eso no son más que postfacios de un libro mejor o peor escrito.
Temo, de la muerte, la vida. Con la vida, su plenitud. Con la plenitud, la seguridad. Seguridad de que la vida es plena pero yo no, seguridad de cosas por hacer. Temo no poder escribir más poesía, y sobretodo temo no poder leerla. Temo nunca haber visto suficientes puestas de sol, y no recuperar jamás todas las que me he perdido. Temo perderla a ella, temo perderlos a ustedes. Temo el tiempo, que nunca será suficiente al lado de nadie.
Temo, de la muerte, todo lo que voy a dejar atrás, pero más temo por lo que me queda por delante. Lo declaro: no estoy listo para morir. Así que si viene la Muerte a buscarme, díganle que tome asiento y espere, que hoy tengo aún mucha faena pendiente. Quizá, así, se canse de esperar y se olvide de llevarme.
Playa de la Malvarrosa
Joaquín Sorolla
Barcelona, 1 de abril de 2011

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo temo más el dolor que la muerte.

Anónimo dijo...

El dolor, el sufrimiento... es para mí mil veces peor que la muerte; sobretodo cuando ese dolor es ajeno, y no puedes hacer nada para remediarlo.

J.

Alba dijo...

"Temo no poder escribir más poesía, y sobretodo temo no poder leerla"

La vida... y ¿qué sería la vida sin dolor?. Temo, al igual que tú, más a la muerte que al dolor. El dolor pasa, y deja huella, una huella que nos hace aprender para seguir viviendo. La muerte llega y punto. Y con ella, se acaba. Se acaba todo, el dolor, las alegrías, todo. Quizá, puede, que haya algo después, pero por favor, espera querida muerte, que aún debo "aprender" y dejar por aprender muchas cosas...