Y ahí están, como siempre, esperándome aquellas luces que nunca se apagan; faro o ciudad, qué importa, si lo único que busco es la luz. Afuera una señal me dice que entre, y yo, como en una pesadilla mágica, ni puedo ni quiero dejar de caminar. Las paredes pasan, quedan detrás dem í como tantas otras cosas, como tantas otras luces que acabaron apagadas. Pero aquí, en la ciudad, con sus cuatro ángeles custodios que no son más que dioses en un templo inacabado, aquí las luces son eternas, las puertas siempre están abiertas y el tiempo pasa de otra forma, cambiando el ritmo para que pueda bailar con la vida disfrazada de sombra.
En esta fiesta de disfraces, el enmascarado es el único que no se esconde.
Marco Ortolan |
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