He vuelto a ver una muerte que me miraba, a lo lejos, la misma que me mira desde siempre, la misma que se pegó a mi cuna cuando nací para mirarme de cerca, con unos ojos brillantes como monedas, ojos de deseo, lujuria avariciosa, siempre queriendo sostener mi mano; pero entonces yo lloraba y venían a rescatarme, y la muerte se escondía en la oscuridad, y yo seguía llorando porque me miraba, a veces desde la sombra de una esquina, desde debajo de la cama, a veces en la puerta, siempre con esos ojos brillantes como monedas. Esa muerte que siempre ha seguido mis pasos, que conoce las huellas de todos mis zapatos porque esos ojos brillant4es sólo me ven a mí, me desean, me buscan en todas partes, esa muerte es la que hoy me miraba, sentada en el parque, dando de comer a las palomas migas de pan envenenadas; y cuando ha visto que la miraba, me ha sonreído, y sus ojos han brillado como dos monedas negras, monedas con las que quiere comprar mi alma.
Y cuando la muerte me sonreía con esos brillantes ojos negros, muy serio, le he dicho que no con la cabeza. Entonces, ha dejado de sonreír: ha llorado y ha empezado a caminar, lejos, muy lejos.
Reaper Carl Lundgren |
Barcelona, 24 de octubre de 2012
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