Aquí todos los recuerdos son más fáciles, me naces de la memoria como una hemorragia, me sangras y me caes en gotas dentro de la copa. Bajo mis pies mancha de algún momento, en mi espalda un charco de cuando sonreías y apartabas la mirada, no era una sonrisa de verdad, a mí sólo me sonreías como se sonríe al cruzar una calle, sonreír no porque sí pero por qué no.
¿Nos amamos? Seguramente no, seguramente había momentos de lástima suprema, de un altruismo más egoísta, y de dejarnos caer, casi siempre tú, deslizándote en la nada hasta venir encima de mí. No nos gustaba el café, pero juntos lo bebíamos hipócritas, no a nosotros que ya lo sabíamos todo (o creíamos) del otro, ni a los demás que bien poco nos importaban. Quizá todo era eso, el vacío, y salir del vacío, y esa mentira de ser nosotros algo, de no ser vacío también.
Una salpicadura: la noche en un hotel de Montmartre, la corona de espinas, la pasión como el café, que no nos creíamos pero estaba, por aceptación, por resignación, porque si había algo no tan poco peor no lo sabíamos ni tampoco lo buscábamos. Nos despertaron los truenos (a más de una milla de nuestra ciudad siempre tronaba), y estábamos allí por estar, sin hacer mucho pero sin hacer poco, sólo haciendo. Eso éramos nosotros: un haciendo, un dejar pasar las cosas y los minutos y un perro gris y empapado que cruza la calle.
Curioso que vine aquí a olvidarte y sin embargo (o con embargo) te recuerdo, y tengo las manos sangradas de cuando te acariciaba la espalda, la curva de la espalda, tus hombros, tu nuca, el pelo, luego nada, luego me meto bajo la ducha, bajo el agua helada, y dejo que me limpie de ti.
Blood Rose Diane Morgan |
Barcelona, 25 de junio de 2011