Podíamos empezar a respirar de nuevo, pero aún nos quedaba tiempo. Saludábamos a la muerte al pasar con una sonrisa dibujada en el dorso de la mano, en un mechón desordenado, en un gesto triste hecho de recuerdos. No entendíamos el cómo, el por qué ni el cuándo, sólo el hecho de que estábamos y de que nada era tan estúpido y a la vez tan importante como para aguantar así la respiración, hacer como que moríamos y darnos la vida en otro soplo, en esa mezcla de aire con la que se fabrican los besos.
La muerte nos miraba de lejos y sonreía.
Tango of Love Leonid Afremov |
.Barcelona, 23 de agosto de 2012
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