Hay una cosa a la que es necesario que te acostumbres, y es a leer todos los días (como un breviario) alguna cosa buena. A la larga penetra [...]. Nadie es original en el estricto sentido de la palabra. El talento, como la vida, se transmite por infusión, y hay que vivir en un ambiente noble, adoptar el espíritu de sociedad de los maestros. No hay nada malo en estudiar a fondo a un escritor con un genio totalmente diferente al que uno tiene, así no puede imitarlo.

Gustave Flaubert a Louise Colet, 7 de junio de 1853.

De amicitia

Recuerdo que nos gustaba correr por el parque central hasta que los pulmones se nos salían por la boca, la sangre nos estallaba en las venas y el barro nos empapaba los pantalones, sobre todo los días de lluvia. Nunca lo admitiríamos, pero sólo nos tropezábamos cuando el otro ya quedaba muy atrás: al fin y al cabo, como en la vida, lo único que queríamos era estar cerca, y más que correr por llegar corríamos por perseguirnos, y cuando estábamos iguales nos perseguíamos de lado, eso es todo.
Solíamos ver películas prohibidas escondidos bajo una manta, los sábados de madrugada, con los sentidos mitad en la pantalla mitad en la escalera, sin saber si teníamos más miedo en la televisión o en la expectación siempre latente de que una mamá u otra aparecieran con el horror del castigo de no volver a vernos.
Pocas veces nos abrazamos, pero íbamos pegados en el alma. “Parecéis gemelos”, nos decían, y sabíamos por telepatía al que estaban azotando como si fuera a uno mismo. Por intuición salíamos a la calle con una furia animal y entonces tú o yo estábamos ahí, en el suelo, rodeado de tres matones, y desde el suelo la mirada olvidaba el dolor en el vientre y sonreía, y a veces los matones huían, a veces se quedaban y peleaban un rato pero igualmente huían, porque con uno sí, pero con los dos no podía nadie. Quién me iba a decir, compadre, que podría una mina. Cuando ella llegó ya no nos mirábamos igual, y nos gritábamos y nos olvidábamos, y creíamos odiarnos. Una mina, una chiquilla, una cría rubia como el oro que nos apartó y nos cortó la conexión, y que se marchó como había venido cuando lo nuestro ya estaba más que muerto.
El otro día la vi y me acordé de ti. Creo que no me reconoció, pero algo vio en mi mirada que le encendió el remordimiento, porque la vi alejarse con la cabeza hundida y a paso rápido. Sigue igual de linda, sabes, que cuando estuvo contigo.
Recuerdo que nos gustaba correr por el parque centra, y que tú siempre ganabas.

Barcelona, 10 de febrero de 2011

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