Hay una cosa a la que es necesario que te acostumbres, y es a leer todos los días (como un breviario) alguna cosa buena. A la larga penetra [...]. Nadie es original en el estricto sentido de la palabra. El talento, como la vida, se transmite por infusión, y hay que vivir en un ambiente noble, adoptar el espíritu de sociedad de los maestros. No hay nada malo en estudiar a fondo a un escritor con un genio totalmente diferente al que uno tiene, así no puede imitarlo.

Gustave Flaubert a Louise Colet, 7 de junio de 1853.

Trascendental

C’est vache, la vie. El francés, qué razón tenía.
Está bien esto de mirar como el día se apaga. Es como encender una vela y esperar a que se derrita toda, y deja un poso, una montañita blanca-o-roja-o-beige-o-lo-que-sea. Está bien porque los días también tienen sus colores, pero al final acaban todos ahí, aplastados contra la espalda, cada día más peso. Tenía gracia al principio, pero merde alors. Mejor se queda uno aquí, en el suelo, espatarrado. Si no fuera por cómo voy arremangado y por las pulseras, más de uno me creería vagabundo. Que no me tiraría una moneda, eh, que si los tiempos y tal, que no está el horno para bollos.
Y en el fondo eso es lo que soy, un vagabundo. Que no un pidolaire, un mísere, no, sólo vagabundo, de los de vagar mundo. Vale, vagabundo que de doce a ocho duerme en el mismo sitio, vagabundo con rutina preestablecida, pero vagabundo. Hoy voy afeitado, pero mañana quién sabe. Hay que pasar por el mundo pidiendo perdón por las molestias y sin hacer mucho ruido, a no ser que uno busque unas moneditas. C’est vache, qué demonio. Qué asco de todo.
Nunca llueve los días como hoy, pero casi sería mejor que lo hiciera. Al menos el universo no me miraría como a un bicho raro por ponerme melancólico, por ponerme trascendental. En esta vida el único crimen perdonado de antemano es el trascendicidio.
Muchas paradas, mucha gente. La propia vida es un poco como esto del tren, los que se bajan lo hacen a toda prisa y los que se suben se quedan mirando. Luego están los que se pasean, como esa mujer con su niño en brazos, muy guapo él, por cierto, y se cambian de vagón. No sé de quién fue la idea de poner tantas puertas. Y lo mismo en los trenes, eh.
Desde el suelo todo son zapatos. Només et veig els peus, però ja sé… La gente se parece en eso de los zapatos, son tres grandes grupos, el zapato zapato, el zapato bota y la zapatilla. Luego hay pseudos para cada uno, claro. Es divertido mirar los pseudos, sobre todo las pseudobotas, suelen ser de colores. Las pseudozapatilas no, ésas ya son redundantes.
Supongo que el universo estará contento conmigo, estoy intrascendiendo todo lo que puedo. Aunque el universo nunca se sabe lo que quiere, a días se despierta tonto y no hay quien lo arregle. Alguien tendría que haber para darle una bofetada al universo cuando se pone tonto, esos días que parece que no quiere despertarse y se vuelve un subconsciente gigantesco, onírico ad nauseam.
Ya estoy trascendiendo otra vez. Mejor me callo, que se enfada el universo.

Barcelona, 5 de febrero de 2011

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