Un triste lamento como se lamentara la guitarra cuando la toca así, cuando aporrea las cuerdas con unos dedos brutos, ignorantes. Es un tango triste, es un jazz desahuciado de su propia melodía, pero luego se repite igual, con la misma brutalidad, con las mismas notas que no encajan, y canta que no te ha podido olvidar, que no te podrá olvidar. Algún día le estallarán las cuerdas en la mano, ya verás, y entonces pedirá sólo, pedirá sin tocar – sin atacar – la guitarra, que cada vez está más desafinada. Y enseñará los pedazos de carne que hoy son dedos nomás, y quizá todavía cante, todavía lamente en Si menor que no te ha podido olvidar, que no te podrá olvidar (y Si…). Y cuando la oiga desde aquí, desde el suelo del quinto vagón, y haga caso omiso de su vaso de café de plástico y ahuyente el reclamo de la caridad judeocristiana (un reclamo con un ruido metálico, las monedas peleándose), me imaginaré lo cruel que fuiste, lo mucho que la amaste, y cómo de golpe la abandonaste como se abandona un bolígrafo en un bolsillo de un pantalón que nunca volverías a ponerte, y qué terrible fue ese amor si ella no te puede olvidar, no te podrá olvidar.
Otra vez me siento en el quinto vagón, esperando un triste lamento como se lamentara su guitarra cuando la toca así (y Si…).
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