Hay una cosa a la que es necesario que te acostumbres, y es a leer todos los días (como un breviario) alguna cosa buena. A la larga penetra [...]. Nadie es original en el estricto sentido de la palabra. El talento, como la vida, se transmite por infusión, y hay que vivir en un ambiente noble, adoptar el espíritu de sociedad de los maestros. No hay nada malo en estudiar a fondo a un escritor con un genio totalmente diferente al que uno tiene, así no puede imitarlo.

Gustave Flaubert a Louise Colet, 7 de junio de 1853.

Condecoraciones


Te dejaste por aquí tus condecoraciones. Sobre las sábanas, la medalla a la pasión con la que litúrgicamente me mordías; en tu tocador, la medalla al honor con el que hacías que mirar no sólo fuera mirar y caminar fuera solemnidad dórica y magia onírica; frente a la puerta, la medalla al valor de volver una y otra vez después de conocer a mis demonios, de que te arrancaran la piel a tiras y te lanzaran a los pozos sin luz de los que siempre escapabas. Te quedó un trébol, tu medalla de la suerte de seguir con vida después de aquella madrugada que llegó hasta octubre.
Te las dejaste por aquí porque perdimos el valor de renunciar cada uno de sí mismo, el honor de creernos las mentiras más sencillas, la pasión que no ha querido despertar más desde entonces y ya no sé si duerme o está muerta; se nos fue la suerte por entre los dedos por querer recoger una supuesta dignidad, el castillo de arena del orgullo que se derrumbó con sólo tocarlo y cuando quisimos darnos cuenta la suerte había salido volando para no volver.
He tirado tus medallas al fuego y se han quemado como si fueran de papel; supongo que de eso se trataba.
Mano sobre medalla colgante
Barcelona, 29 de agosto de 2011

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