Cuando paseaba por la playa miraba el mar, y, huyendo de las olas, me reía de su intento de atraparme. A veces, me quitaba los zapatos y dejaba que me tocaran, y luego sus manos se apartaban, mis pies se les resbalaban y ellas volvían hacia atrás. Las gaviotas me llamaban en su lengua y yo les contestaba en la mía, y el mar las interpretaba a su manera y me devolvía mis palabras, y las gaviotas se reían de mí, y se iban. Nunca eran las mismas las que regresaban, pero siempre se reían de mí, y yo siempre me reía del mar, y el mar me repetía, hasta que yo cogía una piedra y se la lanzaba, rebotaba cinco veces (siete si había viento) y se clavaba, entre la espuma, en la piel de aquellas manos que intentaban arrancarme de la tierra; entonces se hacía el silencio.
Esta mañana he mirado por la ventana y he visto todas las gaviotas volando hacia mí, riéndose y llamándome. Se han acercado, han volado por encima de mi casa y he visto las olas viniendo a mí. El mar ha alargado sus manos y lo he oído reírse, lo juro, reírse a carcajadas. Ha entrado en mi casa y se lo ha llevado todo, se los ha llevado a todos, ha roto mis muñecas de porcelana y se ha ido. A mí me ha dejado aquí, sin nada, conmigo, desnudo y mojado con la caricia de sus manos.
Hoy el mar se ha vengado de mí.
Week lead Ben Anderson |
Barcelona, 13 de marzo de 2011
3 comentarios:
Creeme cuando te digo que he sentido que me llevaba el agua tambien.
leer esto mientras por la tele aún pasan las imágenes de aquel día no ha sido una buena idea...
J.
desgarrador.
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