Te dejaste por aquí tus condecoraciones. Sobre las sábanas, la medalla a la pasión con la que litúrgicamente me mordías; en tu tocador, la medalla al honor con el que hacías que mirar no sólo fuera mirar y caminar fuera solemnidad dórica y magia onírica; frente a la puerta, la medalla al valor de volver una y otra vez después de conocer a mis demonios, de que te arrancaran la piel a tiras y te lanzaran a los pozos sin luz de los que siempre escapabas. Te quedó un trébol, tu medalla de la suerte de seguir con vida después de aquella madrugada que llegó hasta octubre.
Te las dejaste por aquí porque perdimos el valor de renunciar cada uno de sí mismo, el honor de creernos las mentiras más sencillas, la pasión que no ha querido despertar más desde entonces y ya no sé si duerme o está muerta; se nos fue la suerte por entre los dedos por querer recoger una supuesta dignidad, el castillo de arena del orgullo que se derrumbó con sólo tocarlo y cuando quisimos darnos cuenta la suerte había salido volando para no volver.
He tirado tus medallas al fuego y se han quemado como si fueran de papel; supongo que de eso se trataba.
Mano sobre medalla colgante |